Rencor.

Al despertar, Patricia se sintió especialmente bien. Ya no le molestaba el olor a plástico y productos de limpieza del hospital. Tampoco el exceso de blanco, ni el pitido de las máquinas. Se le antojó algo normal. Y se sintió muy aliviada. Tenia miedo a no acostumbrarse a todas aquellas cosas de la rutina.
Estiró la espalda todo lo que pudo, y al girarse se encontró con una escena peculiar. Guillermo estaba apoyado en el marco de la puerta, con una bandeja en las manos, mirándola, con una sonrisa en la cara. Siempre, con una sonrisa en la cara.
Le sonrió, a su vez.
-Tu madre me dijo que había encargado dos desayunos en la cafetería ésta mañana antes de irse a trabajar, así los tenían ya hechos cuando fuera yo a por ellos. ¿Qué tal estás?
-Increíblemente bien, gracias. ¿A qué hora te has despertado?
-A las ocho.
Patricia miró el reloj. Eran las diez y media. Se avergonzó. Para ella, esto estaba siendo como un fin de semana. Pronto debería empezar a despertarse más pronto, no quería acostumbrarse a ser tan... Perezosa.
Guillermo se sentó con ella y puso la bandeja en el centro, para usarla como mesa.
Hablaron un poco, hasta que Patricia se acordó de lo que pasaba el martes por la tarde.
Sandra venía a verla. Sandra, aquella chica rebelde. Su mejor amiga.
Sandra era su mejor amiga por diversas razones, pero sobretodo porque estuvo con ella en los peores momentos.
Cuando se enteró de su enfermedad, Sandra estuvo a su lado a todas horas.
Patricia conocía a Sandra como la palma de su mano, y no era como los demás pensaban que era. Todos creían que era una chica alocada, que le gustaba beber y salir de fiesta.
Pero detrás de esa máscara adolescente había una chica especial. Una persona increíblemente cariñosa y amable. Patricia siempre pensó que se le daría bien cuidar y enseñar a niños de parvulario.
Suspiró.
Guillermo pronto se dio cuenta de que algo cruzaba por la cabeza de Patricia.
-¿Te ocurre algo?
Patricia se sobresaltó.
-Eh, ¡no! No me pasa nada. Es que me he acordado de que hoy viene Sandra a verme. Tendría que cambiarme de ropa y prepararme un poco... Llegará de un momento a otro.
Guillermo asintió.
Patricia se levantó de la cama de un salto y rebuscó en la mochila que le trajo su madre hace un par de días. Tenía unos vaqueros y un jersey. Perfecto, solo necesitaba eso.
Se metió en el baño, se cambió, y se hizo una coleta. No creía que a Sandra le importase que no se arreglase mucho para verla... Total, estaba en el hospital.

A las cuatro de la tarde ya estaba Sandra en la habitación con ella. Charlaron un rato, siempre con la preocupación denotando en la mirada de su mejor amiga.
-Sandra, no te preocupes. Ya me siento mejor, mucho mejor.
-No puedo evitarlo Patri... Me siento un poco culpable.
Patri la abrazó fuertemente.
-Tú no tienes la culpa de nada.
En ese mismo instante, Mario se asomó por la puerta. El corazón de Patricia se paró. No se lo podía creer. No, se tenía que marchar. Miró a Guillermo de reojo, que estaba en su cama, leyendo un libro en silencio. Por alguna razón, alzó la vista y la miró. Después dirigió la vista a la puerta, volvió a mirarla, y asintió, comprendiendo.
Al separarse de Sandra, ésta vio que Mario las observaba, extremamente serio.
-Patri... Yo me tengo que ir. Lo siento. Si quieres cualquier cosa, llámame. Tengo ensayo, pero podré irme si es urgente.
Mierda. Sandra se tenía que ir a tocar el piano. Maldijo mil veces a su profesor de piano.
-De acuerdo... Hasta pronto.
-Luego hablamos.
Sandra cogió el bolso del suelo, y se marchó.
Mario entró en la habitación, cabizbajo, mientras Patricia dirigía la vista a la ventana.
-Hola.
-Hola. ¿Qué haces aquí?
-¿Qué tal estás?
-Te he dicho que qué haces aquí.
-Bueno... Estaba preocupado por ti.
-Mario, no quiero saber nada. Vete, por favor.
Sintió cómo las manos de Mario se aferraban fuertemente a sus brazos.
-Patricia, lo siento de verdad.
-Vete.
-No, Patricia...
-Ehem...
Mario se giró para encontrarse con Guillermo. Estaba de pie, y miraba a Mario por encima.
-Deberías irte.
-¿Y tú quien eres?
-No te importa. Y no te incumbe. Márchate.
Guillermo cogió a Mario por el brazo y le arrastró fuera de la habitación. Después, cerró la puerta con cerrojo.
-Será imbécil...
Patricia se levantó de la cama en la que estaba sentada para lanzarse a los brazos de Guillermo, y le abrazó.
-Muchísimas gracias, Guille.
Guillermo la separó de sí para poder mirarla a los ojos.
-Recuerda que yo estoy para protegerte. Además, ese chaval es un enano.
Patricia rió, antes de volver a abrazar a su salvador. En cierta parte, era como un héroe para ella.

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