Pasado.

Miró la pantalla de su teléfono reflejar la palabra que más temía ver.
Papá.
Su madre le había dicho que habían estado hablando, y que estaba muy preocupado. Para ser verdad, Patricia no se creía ni la mitad de cosas que decía su padre.
Habían pasado demasiadas cosas...
Cuando tenía diez años, estaban los tres juntos. Una familia feliz, una vida feliz. Una vida perfecta. Hasta que un día de invierno, al llegar a casa del colegio, vio a su madre sentada en el sofá, con la cabeza entre las dos manos. Se sentó a su lado, y le preguntó qué le pasaba. Le dijo que su padre no había vuelto de trabajar, y estaba muy preocupada.
Pasaron semanas, y su padre seguía sin llegar. Hasta que un día, su madre recibió una llamada al teléfono móvil. Era un número que no conocía, pero la voz seca y entrecortada de un hombre estaba clavada en su corazón.
Se había marchado de Madrid. Dijo que estaba en Asturias, con Elena, su amante.
Desde ese día, Patricia y su madre vivieron solas. Se cambiaron de casa, y se fueron a un piso. Vivían cerca del centro de Madrid.
En realidad, lo que Patricia deseaba más era arrancar unas palabras de perdón a su padre. Conseguir escupirle todo lo que sentía, echarle toda la mierda que le dejó al abandonarla. Pero no podía. No era capaz. ¿Iría ésta vez su padre a visitarla al hospital? ¿O actuaría como todas las veces anteriores, prometiendo cosas que nunca llegan?
Suspiró. Se sentía realmente indignada y utilizada, pero marcó el número y llamó.
Tres pitidos, y sonó una voz.
-¿Patricia?
Sintió ganas de gritar.
-Hola papá.
-Oh Dios, como me alegro de oírte. ¿Qué tal estás, preciosa?
-Bien... Esto... Tengo que colgar rápido, el médico está entrando.
Más mentiras. Todo lo posible por dejar de hablar con él.
-Eh, espera. Estaba pensando en ir a verte, ¿qué te parece?
-Genial papá, ya hablaremos. Adiós.
Colgó antes de que pudiese contestar, y dejó el móvil sobre la cama. No quería más trucos. No quería mentiras. Estaba harta de que siempre mintiese. No comprendía cómo podía ser tan sumamente falso, con su propia hija, que le conocía mejor que cualquiera de sus amantes.
Era un cobarde. Éso era lo que era.
Algunos dicen que a las personas hay que darles una segunda oportunidad. Él no.

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