Compañero.

Abrir los ojos le pareció una de las tareas más difíciles de su vida. Lo intentó una vez, pero sus ojos volvieron a cerrarse de inmediato. Una vez más. Nada. Esperó un poco, y lo consiguió. Sus ojos tardaron en acostumbrarse a la luz, y tuvo que parpadear más de una vez. Respiró hondo.
Era el techo del hospital, sabía reconocerlo. Se quedó mirando hacia arriba un rato, hasta que se incorporó y miró de un lado a otro.
Tenía una vía en la muñeca por la cual la inyectaban suero. Cerró los ojos, y apoyó la cabeza sobre la mano. Los recuerdos vinieron a su mente, como un torrente de momentos. La mirada de Mario, furiosa... Sandra, cogiendo el teléfono y llamando a su madre... Su mirada, preocupada.
Había tantas cosas que pensar que paró de hacerlo. Estaba tremendamente cansada, y no entendía por qué.
Pronto se dio cuenta de que alguien descorrió la cortina que separaba las dos camas de la habitación, y sentado en la cama había un chico.
Era castaño, con el pelo corto, y delgado... Parecía alto, y tenía una sonrisa en la boca. Una sonrisa sorprendentemente cariñosa. Patricia se fijó en sus ojos. Parecían de un color miel, amarillentos. Como los de un gato.
Ésta le devolvió la sonrisa, tratando de que no pareciese muy falsa.
-Buenos días, Patricia.
-Buenos días... Eh...
-Guillermo. Me llamo Guillermo. Pero me puedes llamar Guille si quieres...
-Ah, bueno... Guille. ¿Cómo sabes mi nombre?
-Cuando llegaste me dijeron que te llamabas así. Es verdad... ¿No? No sería la primera vez que me mintiesen con el nombre de mi compañero para hacerme pasar un mal trago - se rió suavemente. Sonaba como si le costase mucho esfuerzo reírse. Patricia rió con él. Le había tocado un compañero de habitación muy amigable.
-Sí, me llamo Patri. Oye, ¿me podrías decir hace cuánto que estoy aquí?
-Hm... Llegaste ayer.
Ésto reconfortó mucho a Patricia. Al menos lo que le había pasado no había sido tan serio...
-Menos mal...
-Tu madre estaba en la cafetería, se fue a desayunar. Supongo que volverá dentro de poco
-¡Muchas gracias! Ahora mismo me estaba preguntando dónde estaría.
Le sonrió, y él le contestó con una carcajada.
A Patricia le daba la impresión de que se iban a llevar bien.
Durante un tiempo estuvieron hablando sobre las razones por las cuales estaban los dos allí. Patricia le contó los detalles de sus últimos percances, y Guillermo le contó que le habían ingresado por la coagulación de la sangre. Según él, cortarse el dedo con un papel era "como abrir un grifo". Tenía que ser grave, pero decidió no decir nada. Se sintió a gusto con él, y le reconfortó que él tuviera que dejar su vida atrás por el hospital. Se había sentado en su cama y estaban hablando frente a frente cuando su madre abrió la puerta de la habitación.
Los miró y se rió.
-Sabía que os llevaríais bien.
Patricia sonrió.
-¡Hola mamá!
-¿Qué tal estás Patri?
-Me siento bastante bien. Oye, ¿sabes algo de Sandra?
-No, pero te he traído el móvil.
Lo cogió y lo encendió con rapidez. Después de unos minutos, ya le habían llegado dos mensajes.
Uno de Sandra, preguntando qué tal estaba y que el martes iría a verla, y otro de Mario. En él decía que lo sentía, que no tenía que haberse puesto así.
Al llegar a la mitad del mensaje, lo borró.
No quería saber nada de él.
Se dio la vuelta y miró a Guillermo a los ojos una vez más. Sonrió, sin poder evitarlo.

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