Diversiones burguesas

A Julie le gustaba jugar a ser ciega. Para ella, no poder ver tenía una morbosa diversión. No saber qué tiene alrededor la hacía querer saberlo con más intensidad; andaba por los pasillos de su enorme casa sin noción de dónde estaba. Además, le hacía gracia aparecer en un lugar distinto del último que había visto. 
Como todos los días, cogió una cinta negra para cubrirse los ojos. Extendía los brazos frente a ella y comenzó a caminar hacia delante. Arrastraba los pies para notar cuándo había escaleras y desniveles en el suelo, moviendo los brazos de un lado a otro. Parecía un robot, caminaba erguida y con las extremidades rectas, como si aquello le diese estabilidad. A veces se chocaba contra las paredes, pero eso no la paraba. Se reía suavemente y cambiaba de dirección. Casi nunca se encontraba con nadie por los pasillos, solo a veces con doncellas que hacían sus millones de tareas para mantener la casa. Solo oía un saludo formal, siempre terminado por un "señorita". Aquel día se topó con las escaleras, las cuales bajó con sumo cuidado, agarrando la barandilla con una mano y levantando su vestido con la otra. Sabía que frente al final de la escalera estaba la puerta principal, así que al llegar al piso siguió adelante y abrió la puerta. 
El juego era más divertido en el patio. Giró hacia la derecha, pues sabía que no muy lejos había una fuente rodeada por bancos. Sus pies pronto se toparon con un cambio; estaba caminando por hierba. Y oía cerca el rumor del agua caer. Pronto se topó con un obstáculo, pero al alargar la mano no había nada. La bajó más y su mano se hundió en el agua de la fuente. Una sonrisa apareció en su cara, divertida. Se sentó en el borde de la fuente y se quitó la venda. La luz del sol la impactó durante unos segundos, pero pronto pudo comprobar que a unos pasos de ella había un muchacho. Estaba de pie, mirándola con una sonrisa brillante. Su traje marrón desgastado hacía ver su modestia; no era de clase alta, como ella y sus vestidos labrados a mano. En una mano tenía un libro y en la otra una rosa roja. La miraba con la felicidad pintada en los ojos. 
Julie sonrió a su vez, y tras mirar a los lados y no ver a nadie más, le abrazó con el ardor de sus palpitaciones, aceleradas con el simple roce de la piel de aquel muchacho.

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