Tocada y hundida

Resulta gracioso cómo me refugio en este lugar cuando necesito calmar mi alma. Es como un búnker en el que me siento a salvo; sola, aislada, sin perturbaciones... Como si esta página en blanco limpiase mi mente, torturada por la insensibilidad del mundo que me rodea.
Sin embargo, siento cierta intranquilidad que me impide respirar con normalidad. Una presencia subconsciente (más bien una ausencia) que me empuja hacia el suelo y me aprisiona el esternón contra él. Donde la estabilidad es inestable, aferrada a la corriente cambiante de un río cuyas aguas me hacían sentir segura. Aquel río en el que, a pesar de tener rocas, me quería quedar para siempre, esperando a que llegase la desembocadura al mar; tranquilo, cálido... Acogedor.
El río no acababa. Un sinfín de rocas amorataban mi cuerpo y me dejaban dolida. Aún no sé si fue alguien quien me sacó de aquella tortura o si fui yo, arrastrándome por el lodo de las orillas. Apenas sin fuerzas, sigo caminando esperando a que la lluvia se lleve consigo toda esta suciedad y la devuelva al río. Con lo fácil que sería volver...
Tomé la decisión de caminar siguiendo el recorrido del río, lentamente; pensando en lo mucho más rápido que iría si me volviese a adentrar en sus aguas. Pero las turbulencias superaban mi capacidad de sanar las heridas. Con paso firme, avanzo hasta el final de todo; hasta las aguas tranquilas del mar, mientras levanto la mirada para mirar al cielo. Las nubes se agitan en calma y yo sonrío pensando en alcanzarlas.
Puede que el viaje sea largo, pero necesito saber qué hay al final del río y si allí se encuentra mi lugar de verdad.


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