En picado

Llega un punto en el que llegas tan alto, que lo único que te queda por hacer es caer. Unas veces caes rápido, como bajando por una catarata a toda velocidad. Te estrellas contra las rocas, provocando heridas. Pero luego el agua se calma, y puedes flotar sobre la superficie, como una hoja, sin destino. Sin otra preocupación que esperar a que las heridas sanen.
Otras veces caes lentamente, con calma, mientras te absorbe una suave amargura que se va calando en lo más hondo de ti, sin apenas notarse. Consigue colocarse en ese punto en el que cuesta diferenciar si la tristeza es un estado temporal o permanente. Pequeñas decepciones, desilusiones, se deslizan por todo tu cuerpo y te cubren de un hediondo "estar" en el que no sabes qué dirección tomar; pierdes el rumbo, olvidas cómo levantarte del suelo, pierdes la capacidad de sentir tu propio cuerpo; solamente puedes ver cómo tu interior se oscurece, se enfría; desaparece la magia de la esperanza.
No te queda nada más que tú y el miedo a ti mismo. A no saber quién eres, ni qué hacer.
Estoy totalmente perdida entre quién era cuando estabas aquí y lo que soy por mí misma. Porque, aunque la caída haya sido lenta, cuando miro a aquella chica de hace un tiempo, allí arriba, mirándome incrédula me doy cuenta de que me has dolido mucho más de lo que jamás habría imaginado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario