Sombras de la rutina.

Todos hemos sentido alguna vez que estábamos al borde de un precipicio. Que al bajar la mirada hacia donde continuaba tu camino sólo veías niebla y oscuridad. Incertidumbre. Y temes avanzar porque crees que puede ser el último paso que des en tu vida. 
Tomar la decisión de seguir adelante es una de las decisiones más difíciles que hay que tomar en la vida. Cuando te sientes en paz en el lugar en el que estas, cualquier cambio te aterroriza y niegas rotundamente el cambiar tu forma de vivir. De continuar viviendo. 
¿Vale la pena, de verdad, quedarse quieto, cuando el mundo que te rodea puede esconder mil sorpresas que te hagan recuperar las ganas de vivir? Es una duda que ronda últimamente mucho por mi cabeza. Me convenzco a mí misma de que tengo que cambiar mi forma de asimilar el día a día, que tengo que darme un respiro de los demás para aprender a estar conmigo misma. Pero las preguntas revolotean alrededor de mi, formando un tornado de sentimientos que ni yo misma puedo aclarar. 
Palabras, momentos, sensaciones... Todas estas me rodean el cuello y me ahogan; me impiden respirar, continuar. Plantan un miedo irracional en mi mente que nunca he sido capaz de disipar. 
Y se va haciendo más oscuro, y más grande, y más... Real. Lo siento, como una respiración lenta sobre mi hombro, resoplando con sarcasmo; riéndose de mí, de mi pequeñez y de mi debilidad. 
No puedo evitar preguntarme qué pasará, si acabaré venciendo este fantasma que me acompaña desde hace años. Si podré cambiar de verdad la forma en la que vivo y en la que experimento mis días, mi rutina. La querida rutina, tan fuerte como odiosa. 

Me pregunto si pronto pasará algo para que todo esto desaparezca, como una pesadilla. Algo que me haga despertar. Como un haz de luz que entra por la ventana y te levanta, como haciéndote flotar entre las nubes. 


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