Navegando.

Hay algo que me pasa muchas veces. Es como un cortocircuito. Como un punto de inflexión que hace que cambie de rumbo completamente.
Llega un momento en el que mi mente necesita un descanso, y decide perderse en la inmensidad de mis pensamientos. Navego, de un lado a otro, sin rumbo, sin destino... Sin obligaciones. Entro en una especie de letargo, como un largo silencio en una canción que te deja respirar entre versos. 
Son momentos en los que me dedico a pensar en lo que realmente quiero en mi vida, quién quiero ser y con quién quiero compartirla. Hacen que abra los ojos a todo aquello que se hallaba oculto bajo un manto de inseguridad y de sensaciones erróneas. 
Y sé que ahora estoy en uno de esos momentos, porque hace poco sentí cómo el corazón me daba un vuelco. Podía imaginarme, cuando cerraba los ojos, el desembarco de este camino de introspección que he empezado, una vez más. Las despedidas, las lágrimas... Todo por volver a encontrarme a mí misma. 

Esto solamente me pasa cuando me doy cuenta de que mi vida no va dirigida hacia donde de verdad quiero; es el momento de agarrar fuerte el timón y mirar al horizonte, aparentemente igual y homogéneo. Muchos piensan que buscar una dirección en ese horizonte es un esfuerzo perdido, que hagas lo que hagas acabarás en el mismo lugar que todos los demás. Sin embargo, por intuición, por el olor, por una cuerda visible solo para algunos, puedes llegar a un lugar maravilloso donde todo ese esfuerzo ha valido la pena. 

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