Recuerdo que ayer, mirando la puesta de sol, distraída, pude observar una sombra a lo lejos. Se dirigía hacia aquí. Podía ver que era una persona alta y ancha, con una mochila a la espalda. Caminaba lentamente, como si le faltase energía. Mi corazón dio un vuelco inmediatamente y bajé las escaleras lo más rápido posible. Abrí la puerta principal, y allí te encontré, frente a mí. Todo parecía un sueño.
Tu rostro estaba oscuro debido al sol africano, pero brillaba con la luz de mil soles. Tu sonrisa, cansada, persistía a pesar del peso del tiempo en soledad. Tus ojos, aquellos ojos que siempre comparé con el hielo más puro, me observaban bajo el cielo anaranjado. Podía ver en ellos la dulzura de hace años, el cariño... Todo aquel amor que me arrebataste me lo devolviste como si se tratase de un torrente de sentimientos.
Me prometiste que estarías junto a mí a partir de ahora, mientras sendas lágrimas cubrían mi rostro.
Nuestros labios sellaron aquella promesa eterna.
- Nunca olvides la promesa que me hiciste... Volverías por mí, ¿verdad?
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